sábado, 31 de marzo de 2012

ACTITUDES DE CRÓNICA

Al poco tiempo de pernoctar en ese solar, necesitó visitar el hospital aunque con bastante resistencia.
No tenía cartilla de identificación actualizada pero con el documento de identidad lo atendieron en urgencias. Tenía fiebre, muy alta.

Tuvo que esperar unas cuantas horas que se repartieron entre la primera salita de espera, luego la sala de atención previa donde controlan la respiración, la temperatura, la tensión arterial...
Al fin lo vieron los médicos en la última de las escalas, allí donde la mayoría de pacientes se queja y lamenta.

Él permanecía atento, como siempre, al entorno. No parecía ocuparse de sí mismo. Dejaba que le sacaran radiografías, que lo pincharan para análisis de sangre. No preguntaba. Parecía ausente, casi extraño al planeta mismo.

Sin embargo, nadie que lo rodeara sabía que él, muy especialmente, se había detenido a observar a una chica joven de ojos claros que sonreía. Todo el tiempo enseñaba un rostro alegre y no paraba de conversar con su acompañante.

Habían coincidido en las tres salas casi como una película que estás obligado a ver. Por ello tuvo tiempo de sacar cuanto detalle llamara su atención.

Era un momento íntimo consigo mismo. Un profundo disparo de cámara fotográfica que grababa gestos, ademanes, artefactos.
La chica tenía algo en los riñoñes porque hacía diálisis. Al menos eso pudo oir él desde su silla.
Y en esa oportunidad estaba en urgencias por algún síntoma alarmante.

Pero al igual que él, la joven enferma no parecía estar allí. LLevaba alas que solamente él veía. Y sonreía. Y sus ojos brillaban vivos, regalando destellos de luz que acaparaban la mente de este hombre recién llegado, de regreso. Ella regalaba a cada instante, esa presencia, aún sabiendo que en un momento cualquiera ya no estaría porque comenzaría a borrarse como una foto añeja.

A él lo enviaron a su casa con la indicación de antibióticos y visita a un médico de familia.

"Médico de familia" pensó. ¿Cuál familia? No quería contar su pasado. No iría a ninguna consulta.

Aprendería la lección número dos desde su salida de la oscuridad.

Enfrentarse a lo peor, a lo más mísero, con la mayor entereza y alegría posibles. Aceptar el destino tal cual es. Sin rebelarse. Porque para algo es destino...

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