sábado, 14 de septiembre de 2013

Woolf, mujeres y moral.

Husmeé en los anaqueles de una librería durante más de media hora. Preludio otoñal. Preparar, seleccionar para cuando nos sorprendan las cobijas arropándonos y los cristales se cierren sin dejar de mostrarnos el mundo ahí afuera.

Sabía que no compraría. Porque no podía hacerlo. Pero a medida que aumentaba mi entusiasmo, leyendo de pié con la cintura gritando, presentía que debía seguir así, en esa lejanía, en ese sumergirse en un destiempo propio, cuando se es dueño de una dimensión donde solo se está consigo mismo.

Hojeé y leí.

Mi instinto me llevó a novelas escritas en francés...Principito, oh! tanto tiempo y ni aún en su propia lengua puedo soportar esa imagen en el desierto, ese irse, esa impuesta soledad. No podré leerlo jamás. Solo su figura me estremece el alma.

Miré a otra estantería y los letreros anunciaban, prometían literatura inglesa. Inclinada, hacia arriba, hacia abajo sin hallar lo que me ilusionaba, me pregunté cómo era posible que no hubiera uno solo de Dickens.

-Es que no estaba en una librería de verdad, sino en unos de esos "de todo un poco" tan especialmente irreales que cuando al entrar ves jóvenes comprando aparatitos a muy alto precio o jugando con ellos por horas. Luego se preguntan la causa de que la gente joven no lea...-

Por eso tal vez yo estaba en la planta de los aislados, de los trogloditas que en esos lugares van adonde todavía sobreviven algunos libros.


Casi acabando mi ronda y mi lectura gratuita, encontré la revelación. Una de tantas que tenía olvidada.

Una edición de Un cuarto propio de Virginia Woolf con prólogo de Kirmen Uribe, traducción de Jorge L. Borges y acuarelas preciosas pintadas por alguien cuyo nombre no aprecié tal vez por la magia misma de los colores.

Pensé que este invierno no necesitaría botas ni nada que me puediera impedir gastar en esas tapas, esas hojas, esa mística creación que los ordenadores nunca podrán reemplazar.

Ahí estaba frente a mí, en mis manos y con mi vista atenta a esa introducción tan conocida por la frase de que "una mujer, para escribir una novela necesita dinero y una habitación propia"

Me dije que esa sería una adquisición impostergable. Antes del invierno, antes de Navidad tal vez, pase a formar parte de mi hilera descarada que habita sobre mi mesita de noche. Algunos de la biblioteca, otros de estudio.

Como pueda, Virginia volverá a engatusarme con el hechizo de su pensamiento. Es mi propósito cercano.

Mientras me alejaba de ese mundo y las escaleras mecánicas me transportaban a la vida misma, a la calle, al cambio de olor, de caras, de luz, recordé una servilleta que estaba en mi cartera desde agosto.

Aquí estoy, regalando para una amiga que me pidió que escribiera algo "lindo"

No se puede prohibir
No te puedes prohibir
No te debes imponer
una moral que no
sea tu propia moral,
la que emerge de tus más
profundos sentimientos.

En un cuarto propio, en su habitación tal vez, "la Woolf" creó esa moral primera, que vale tanto para mujeres como para hombres: no postergarse nunca, no renunciar jamás a un mundo propio.

No sé si es lindo pero al menos he escrito para mi amiga que quiere leerme mirando la lluvia.

Gracias por pedirlo y también gracias por necesitar de mis palabras. Eso solo ya es un Nobel íntimo, sin precio, inmaterial, infinito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario